Interludio de miradas, mientras afilan
sus palabras. La habitación blanca sin ventanas era ideal. Yo
apostaba por el de los calzones rojos. El otro me dio la impresión
que lo habian dopado con Quetiapina. Unos minutos después pagaba un
dinero a unos eficientes hombres de la limpieza que no iban a dejar
rastro, en la sala blanca. Contando billetes mientras mis ayudantes
dispersaban a la gente. Sales
de baño, ese era el truco. Nadie los echaría en falta, a lo
máximo sentirían un alivio al saber que habían dejado de sufrir.
La sangre congregaba cada sabado por la noche doscientas personas al
ala 2 escalera A de la Institución Psiquatrica Plymouth.
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