Los matices del verde que
en el elegante caos dibujaban la llanura que se extendía a sus
pies, parecían desvestirse bajo la lluvia de aquella mañana de
primavera. Gregor llevaba su mejor traje, sus mejores zapatos y su
mejor sonrisa. Y armado con las mejores intenciones cruzó la
ciénaga. Un camino que sabía de dónde partía pero nadie sabía a
dónde llevaba. Y todo comenzó de repente, cómo una gran fiesta
sorpresa. Y a medida que sus zapatos se desgastaban por el campo, su
pelo iba perdiendo color., y su traje se desgastaba, iba perdiendo la esperanza de saber el final del cuento. ¿De dónde había salido esa luz? Debe
haber sido un espejismo (se dijo). Pero la luz se repitió, y después
otra vez, y otra, cada 12 segundos. Y haciendo un esfuerzo extremo
despegó sus pies del barro y dirigió el siguiente paso hacia la
luz, y después otra vez, y otra. A medida que la luz se hacia más
intensa. Los matices que se había tornado grisaceos, volvieron a
cobrar vida. Y aun está caminando.