En
una playa desconocida, sentado en una mecedora gastada, se deja balancear por la brisa de recuerdos
aun por forjar. Y, arropado por la soledad que ha dejado la tempestad, por un
momento es arrastrado por una sonrisa, adormeciéndose con el suave traqueteo de
la marea de lágrimas que se aleja.
Despierta
algo confundido, rompiendo otra de esas pesadillas en las que apareces tú. Vacía
sus bolsillos de mariposas inconscientes que se convierten en polvo que cae
lentamente sobre la arena. La planta de sus pies arde cuando súbitamente se
incorpora. Echa a correr impulsado por la sed, y de un salto se eleva por
encima del horizonte. Detiene un tiempo que no le pertenece, que no pertenece a
nadie y ante el arcoíris que lo observa piensa: “Nunca supuse que la belleza tuviese un sabor tan agridulce.”