Conozco este camino, se dijo mirando a ambos lados del sendero. De repente se
detuvo frente a una trampa para zorr@s si tan siquiera bajar la mirada. Y pensó:
puedo predecir qué ocurrirá, sé que va a ocurrir en el siguiente instante, y
antes de que pudiese decir: “¿pero puedo evitarlo?”, había dado el siguiente
paso para caer en su propia trampa. Yo sólo escribo aquello que ya está escrito
en algún punto de mi sendero. Una tormenta desmenuzaba la tarde y danzando a la
intemperie reíamos tramando un juego para acercarte al olvido. Un fugaz resplandor
que desaparece en el cielo. Las últimas palabras que oí de mi abuelo, después
de meses en silencio fueron: “Em moro” (me muero). Y antes de un minuto estaba
muerto. Silencio. Cuando mi hermano de doce años me preguntó y ahora qué, sin
saber que contestar le dije: Game over.
Y de nuevo silencio, un silencio que nunca pude quitarme de encima. Una
lucha que parece anulada, entre recuerdo y olvido, entre realidad y ficción.
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